Rubén Darío fue un sibarita pobre. Como una manera de identificarse
con una élite intelectual y artística de la época, el gran poeta
nicaragüense, referente del modernismo, se convirtió en lo que hoy
llamaríamos un foodie, un verdadero gourmet. El escritor Sergio Ramírez
hace un repaso de una faceta desconocida del artista a través de sus
crónicas y poemas en los que ensalza la cocina. Y nos muestra así las
contrariedades de un autor que admiraba lo moderno, pero convivía con la
nostalgia de lo antiguo. Un hipster de finales del siglo XIX.
Con su nuevo libro, A la mesa con Rubén Darío (Trilce
Ediciones), el también político, abogado y periodista nicaragüense
cumple 20 años realizando su verdadera y única pasión: la escritura.
Ramírez, que formó parte del bloque de oposición sandinista durante la
dictadura de Anastasio Somoza y en 1977 encabezó el Grupo de los Doce
que apoyaba al FSLN, además de convertirse en vicepresidente de su país
en 1985, reniega de su pasado político: "Yo nací con la vocación de ser
escritor. Me convertí en político porque la revolución de Nicaragua
se me vino encima. Pero cuando pude liberarme, logré por fin dedicarme a
lo que más me gusta. Desde entonces no he vuelto a ser otra cosa".
Pregunta. Habla en su libro de que Rubén Darío era un sibarita pobre. Si no era rico, ¿cómo podía darse esos lujos?
Respuesta. Eran lujos ocasionales. Yo lo ejemplifico
con el relato de cuando él acude a uno de los restaurantes más caros de
París, el Tour D'Argent, a comer con unos amigos. Uno de ellos detrás
de una postal anota que decía algo así: "Después de comer en este
restaurante se hace una mala digestión, sobre todo por los precios". Eso
no lo hace alguien que está acostumbrado a la buena vida, sino que
ocasionalmente ha llegado y se asombra por ello.
P. ¿Cómo surgió la idea de hacer un libro sobre la faceta gourmet del poeta?
R. Hay un poema fundamental de Rubén Darío que es la Epístola,
una especie de crónica en alejandrinos que él hace de su vida, de sus
penas y penurias de París. Refleja las dificultades que pasó como
periodista y cónsul mal pagado, porque él no vivía de su fama de poeta.
Era un hombre pobre que le gustaba vestir bien, ir a los buenos
restaurantes, aunque luego se quedara sin blanca. Y desde esta
perspectiva asume la comida, desde la necesidad y la sensualidad.
"¡Y he vivido tan mal, y tan bien, cómo y tanto! / ¡Y tan buen
comedor guardo bajo mi manto! / ¡Y tan buen bebedor tengo bajo mi capa! /
¡Y he gustado bocados de cardenal y papa!..." (Epístola)
P. Era un hombre pobre, pero hay una parte en la que
Darío escribe: "Las gentes sin higiene ni urbanidad mantienen mis
entusiasmos mudos..." ¿Se olvidó Rubén Darío de dónde venía? ¿Había dos Rubenes?
R. Él habla de la vulgaridad y del mal gusto, no de
los humildes. De esa gente pretenciosa y que tiene malos hábitos y, por
tanto, mala higiene. Hay muchos Rubenes, el melancólico, el
hipocondríaco, deprimido, el que cae en el alcoholismo. Él se volvió
alcohólico desde adolescente quizá por sus problemas familiares.
P. ¿Qué significaba entonces ser un apasionado de la comida?
R. Formaba parte de la cultura moderna, con la que
Darío se encuentra en Francia. Allí llega en 1900 para quedarse y la
cocina había sido declarada la décima musa. Estaba elevada al nivel
artístico. Cuando fuera de ahí no era nada artístico, sino que estaba
mal visto para los hombres, se relacionaba con la homosexualidad, como
en Inglaterra o en el país del que venía.
P. ¿Y sigue siendo la cocina una musa más?
R. Sí, porque las cocinas nacionales hoy se vuelven
universales. Antes reconocíamos la cocina francesa como la reina; la
china, como la exótica. Y de América Latina, la mexicana era la más
importante. Pero hoy hablamos de la cocina peruana, que surge con mucho
esplendor y mucha innovación.
P. El gusto de Darío por lo gourmet parece que tiene algo de pose, como una manera de identificarse con una élite intelectual.
R. La alta cocina es la puerta de entrada a otro
mundo. Él se relaciona con amigos muy ricos en Chile, aunque él no lo
era y se vestía siempre con el mismo traje. Habla de ellos y admira sus
mesas.
P. ¿Cuál era su plato favorito?
R. Yo creo que la comida a la que él
regresa siempre es a la de su infancia. Los frijoles refritos,
los plátanos fritos y el queso frito. Eso sigue siendo una cena en
Nicaragua y aquello él lo recordaba siempre.
P. El peor sitio para comer de Rubén Darío eran los barcos, ¿qué pensaría de la comida de los aviones de ahora?
R. Yo
creo que tendría la misma que yo tengo [se ríe]. Es la comida masiva,
es una sociedad de masas y él vio el nacimiento de la sociedad de masas y
criticó esta parte. Cuando la comida se masifica todo se vuelve un
verdadero desastre. La comida se vuelve muy mala, pésima. Yo creo que la
comida de los aviones es lo peor que puede haber.
Comentarios
Publicar un comentario